Los bosques
que perdimos

Cuidar es resistir

Cómo las mujeres de Pastaza luchan contra de la deforestación

La provincia de Pastaza, que tiene casi la mitad de la superficie del bioma total del país y el 1.6 % del bioma amazónico, concentra el 50% de la deforestación ecuatoriana, consecuencia del aumento de las actividades extractivas y de la falta de acción del Estado. Justo aquí, mujeres como Silvana se han convertido en las principales defensoras de sus territorios

El ambiente se sentía húmedo, el calor flotaba en el aire. El paisaje estaba lleno de plantas verdes y frondosas. Había loros en las ventanas de las casas e insectos peculiares por doquier. Silvana Nihua me esperaba en su casa, ubicada en la provincia de Pastaza, la más grande del Ecuador. Tenía dibujado en su rostro una especie de antifaz rojo hecho con semillas de achiote, un símbolo de belleza entre las mujeres waorani, una de las 14 etnias indígenas del país. 

Silvana me recibió en la casa que habita cuando está en Puyo, la capital y zona urbana de Pastaza. Para llegar allí tiene que caminar tres horas desde Kiwaro, la comunidad donde vive, hasta Nemon Pare, y de allí a Pitacocha, donde se embarca en una canoa por seis horas para llegar al Puyo. Este viaje, que me pareció largo y sinuoso, ella lo ha hecho innumerables veces para asistir a asambleas, marchas y reuniones donde defiende su territorio de la deforestación, la minería y otras actividades extractivas.   

La provincia de Pastaza, que tiene casi la mitad de la superficie del bioma total del país y el 1.6 % del bioma amazónico, concentra el 50% de la deforestación ecuatoriana, consecuencia del aumento de las actividades extractivas y de la falta de acción del Estado. Justo aquí, mujeres como Silvana se han convertido en las principales defensoras de sus territorios, pues son ellas quienes más sufren el impacto de la creciente pérdida de bosques en sus formas tradicionales de alimentarse, medicarse y vivir. 

Silvana sintió el impulso de luchar por su territorio y su comunidad hace algunos años, cuando su madre enfermó de cáncer y murió. La enfermedad comenzó cuando se fue a vivir a un campo petrolero. Silvana no puede asegurar que este haya sido el detonante, pero lo sospecha: su madre comenzó a decaer cuando cambió su alimentación. Las empresas extractivas, mineras, madereras y petroleras que llegan a estas zonas traen comida procesada a las comunidades, poco acostumbradas a este tipo de productos. A la vez, la tala indiscriminada de árboles que llevan a cabo ocasionan la pérdida de alimentos naturales. 

Estos procesos han puesto en peligro a comunidades indígenas en aislamiento voluntario, como los tagaeri y los taromenane. Pero también a otras como Kiwaro, donde vive Silvana. Por eso esta comunidad, conformada por 40 personas que conservan su idioma ancestral, el Huao terero, la eligió su representante cuando cumplió 20 años: para que diseñara formas de resistencia contra los procesos de deforestación, tanto en el ambiente público como en el privado. 

Se suele creer que la resistencia contra los procesos extractivos se realiza solamente en asambleas, juicios o protestas, pero no. Silvana está segura de que alimentar, cuidar y curar también son formas de resistir frente a ellos. Y de resistir en forma de mujer. Nosotras “somos quienes debemos cuidar nuestro arroz, nuestro territorio, nuestro aire y nuestra agua”, dice. 

Silvana quiere recuperar formas comunitarias de alimentación y medicación. Por esta razón, ella y otras lideresas indígenas se han propuesto proteger los árboles de su hábitat, fuente de vida para ellas. Para lograrlo, han comenzado a ocupar cargos que les permiten ejercer decisiones políticas en sus comunidades y denunciar públicamente las invasiones de empresas a sus territorios. “Hace muchos años nuestros abuelos resistieron con lanzas. Ahora nosotros resistimos con la recuperación de nuestras prácticas y tradiciones”.

Silvana Nihua. Foto: Andrea Arias.

Según un informe de Mapbiomas, las principales causas de deforestación en la Amazonía ecuatoriana son humanas. La primera es el aumento del uso de suelos para fines agropecuarios, que ha provocado la destrucción de 496.000 hectáreas desde 1985. También se han perdido alrededor de 25.700 hectáreas en la construcción de infraestructuras petroleras, hidroeléctricas y viales. Estas actividades han supuesto la pérdida de 379.000 hectáreas de bosques amazónicos, aproximadamente el tamaño de la provincia de Bolívar.

Entre 2001 y 2020, Ecuador perdió cerca de 623.510 hectáreas, de acuerdo con un análisis de Mapbiomas Amazonía y Fundación EcoCiencia. Los datos más recientes del Ministerio de Ambiente y Agua (MAAE), correspondientes al 2018, indican que cada año se pierde un promedio de 94.353 hectáreas de bosque en el país.

Según el último estudio realizado por la Dirección Nacional Forestal, la principal causa de deforestación en el país es el cambio de uso del suelo. En zonas como la Amazonia Norte, donde se encuentra Pastaza, el 48% de la superficie agrícola se utiliza fundamentalmente para pastos. Los cultivos permanentes de cacao, palma africana y palmito, que tuvieron una expansión importante entre 2000 y 2008, representan hoy cerca del 28%. 

Además, está el hecho de que las empresas madereras, muchas de ellas ilegales/irregulares, llegan a ofrecer “estabilidad económica, desarrollo, cosas atractivas y nuevas” a cambio de extraer balsa o cualquier tipo de árbol de sus territorios a precios que no tienen regulación o son extremadamente bajos, dice Renata Mantilla, socióloga y especialista en comunidades y procesos extractivos. Esto último también ha causado una pérdida enorme de territorio. 

Aún así, el presidente Guillermo Lasso promociona el extractivismo como una propuesta de desarrollo sustentable, algo que contradice su plan de gobierno, que tiene precisamente como uno de sus objetivos plantar un millón de hectáreas en sus cuatro años de gestión. Para Carlos Mazabanda, especialista en deforestación de Alianza Ceibo, ese objetivo no se podría lograr con la gestión actual, ya que, según cálculos recientes, cada año se deforestan más de ochenta mil hectáreas de bosques naturales, sin contar la tala ilegal, de la que no se puede tener una cifra exacta. Máximo, dice, podrían recuperarse 300.000 hectáreas.

“Hace muchos años nuestros abuelos resistieron con lanzas. Ahora nosotros resistimos con la recuperación de nuestras prácticas y tradiciones”.

Silvana comenta que la deforestación les ha quitado varios productos que el bosque les brindaba naturalmente, como animales, plantas comestibles y medicinales. Además, las industrias extractivas también han cambiado su forma de alimentarse. Muchas familias ahora desean “comida fácil”, dice en referencia a productos procesados traídos por las empresas. Hablamos de bebidas gaseosas, frituras y otros alimentos con bajo aporte nutricional, justamente una de las causas de que el 34% de los niños menores de dos años de Pastaza padezcan desnutrición crónica, según el último censo del INEC. 

“Nuestro paladar comienza a colonizarse, y tendemos a comer mucho dulce y carbohidratos”, dice Jambi Barrera, especialista en comunidades y saberes ancestrales. “Al cambiar los sistemas de alimentación, las personas se olvidan de los sabores amargos, de los sabores ácidos, de los sabores nuestros, que nutren”. 

Jambi explica que en los pueblos ancestrales la alimentación está basada en la prevención, de ahí el vínculo con la medicina natural y la relación directa con la soberanía alimentaria, a la que también apela Silvana. Por esa razón, ella y otras compañeras crean campañas y eventos en las comunidades: para que cada familia se informe sobre la diversidad y valor nutricional de las plantas locales. Esto ha llevado a los y las habitantes a rescatar la cosecha de yuca, plátano, caña, camote, uvas, guabas y otros productos agrícolas. También han rescatado costumbres antiguas de sus abuelas, como el trueque. 

Frente a los procesos de “desarrollo sustentable”, proponen dinámicas que no reproducen el individualismo, sino el compartir y apoyar a las familias. Para ellas, la sabiduría de las mujeres es la de dar vida, cuidar de sus territorios y sus hogares. “Hay que compartir, como hacían nuestras abuelas, y así recuperar todos los productos y no estar dependiendo de alimentos occidentales”, dice Silvana. 

Para las comunidades, la alimentación viene ligada a un proceso de nutrición y de curación. Muchas plantas de las que se alimentan también se usan para curar y cuidar a la comunidad. Pero dentro de los procesos extractivos no se toma en cuenta esto. Para Jambi,  existe un plan para deslegitimar la importancia de la selva, las plantas y la comida local. Un proceso que ella describe como “violento, porque también desarrolla una cultura, un pensamiento, cuando nos dicen que algo es mejor que otro, lo occidental mejor que lo ancestral”, o cuando quitan importancia a la forma de vida de las comunidades. 

Silvana concuerda con que estos procesos han llevado a que sus territorios y sus prácticas sean vistas como atrasadas. “El gobierno dice que es desarrollo. No lo es. Aquí nunca hubo infecciones ni cáncer,  y ahora sí los hay”. Según el informe “Cuerpo y Territorio”, realizado en cinco países de América Latina por el Instituto de Salud Socioambiental FCM y la Fundación Rosa Luxemburgo, la actividad extractiva está ligada directamente con el incremento de tumores, malformaciones congénitas, reacciones cutáneas, afectación del tracto respiratorio y alteraciones gastrointestinales, entre otros problemas médicos.

Silvana recuerda con tristeza cómo muchos de sus compañeros y compañeras se han enfermado. Pero levanta el rostro para contar con orgullo cómo utilizan plantas medicinales como la uña de monte, el cedro o la guayusa para aliviar o prevenir muchas de estas enfermedades. La última es utilizada ampliamente en Ecuador, donde estudios recientes ya comprueban sus propiedades medicinales. 

Jambi, quien se especializó en botánica y medicina ancestral, cuenta que ella también utiliza muchas de las plantas que crecen alrededor de los árboles y que de a poco han sido arrancadas de la pachamama o madre tierra. Piensa en  el tumbuso, una variedad de cola de caballo que alivia muchos malestares de las mujeres; o en la salvia andina, una planta bactericida, de aroma exquisito y flores azules. 

Silvana cree firmemente que los árboles les han servido para cuidarse y cuidar de los otros y otras. “Somos las guardianas de los bosques. Las cortezas de los árboles sanan, de los árboles comemos, son nuestro hogar”. Dice que las mujeres de las comunidades son las que más luchan para proteger la selva. Es el instinto del cuidado que las llama a la hora de resistir y buscar alternativas sostenibles. Anhelan que sus hijos y nietos vivan de la grandeza de los árboles.